viernes, 18 de diciembre de 2009

4º Domingo de Adviento

Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, es el templo de Dios. En medio de la vida nos podemos sentir abatidos, atribulados por la presencia del mal, del pecado, de la muerte, de las penas de la vida. Es preciso, por ello, fortalecer la esperanza y tener presente que, en Cristo, tenemos al Emmanuel, Dios con nosotros. El Verbo de Dios encarnado ha dado su vida por nosotros en la cruz y, resucitado, permanece para siempre con nosotros en la Eucaristía. En el tabernáculo el hombre encuentra el lugar del descanso al final del vértigo de la jornada. En la Eucaristía se alimentan las virtudes, se corrigen las costumbres, el alma se llena de gracia para seguir el camino de la vida. Es el misterio de Dios presente que nos escucha y nos acompaña por los senderos de la vida. La Eucaristía es la fuente del amor misericordioso que vence sobre el misterio de la iniquidad. Que nadie se sienta solo. Que nadie desespere de su salvación, ni la de su prójimo. Que todos acudan a este templo de Dios en el que se nos ofrece el pan de la vida.

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