miércoles, 24 de noviembre de 2010

EL DOMINGO 28 DE NOVIEMBRE COMIENZA EL AÑO LITÚRGICO

Síntesis para recordar el Año Litúrgico:
  • El año litúrgico empieza con El Adviento (son las 4 semanas antes de Navidad).
  • Cuando llega la Navidad comienza el Tiempo de Navidad (este tiempo va desde el Nacimiento de Jesús hasta el Bautismo del Señor).
  • Después de la fiesta del Bautismo del Señor empezamos el Tiempo Ordinario que son unas 33 ó 34 semanas en cuyos domingos no se celebra ningún acontecimiento especial en la vida de Jesús. El tiempo ordinario queda interrumpido por:
  • La Cuaresma (son los 40 días antes de Semana Santa).
  • La Pascua (son los 50 días posteriores a la Resurrección de Jesús. Este tiempo acaba con la fiesta de Pentecostés).
  • Con la fiesta de Pentecostés volvemos de nuevo al Tiempo Ordinario hasta llegar de nuevo a la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo con el que termina dicho tiempo.
  • Una vez terminado el tiempo ordinario volvemos otra vez a comenzar el Adviento y vuelve a comenzar otra vez todo el proceso.

Los colores litúrgicos:

  • Tiempo de Adviento: el morado.
  • Tiempo de Navidad: el blanco.
  • Tiempo Ordinario: el verde.
  • Tiempo de Cuaresma: el morado.
  • Tiempo de Pascua: el blanco.
  • Tiempo Ordinario (segunda parte, después de Cuaresma y Pascua y hasta la fiesta de Jesucristo Rey del Universo): el verde.
HISTORIA DEL CALENDARIO LITÚRGICO

"La ordenación de la celebración del año litúrgico se rige por el calendario, que puede ser general o particular, según esté concebido para uso de todo el rito romano o para alguna iglesia particular o familia religiosa" (NUALC 48). Estas palabras de las Normas universales sobre el Año litúrgico y el Calendario definen el objeto del calendario litúrgico y establecen el ámbito de su contenido, según se trate del calendario general o de los calendarios particulares.

El calendario general contiene el ciclo total de las celebraciones del misterio de Cristo, es decir, el propio del tiempo, que constituye la estructura fundamental del año litúrgico (cf SC 102), al que se une el santoral (cf SC 103-104). Los calendarios particulares han de combinarse con el calendario general y recogen aquellas celebraciones propias o más relevantes de las iglesias particulares -y también de las naciones y regiones- y de las familias religiosas, generalmente en honor de los santos y beatos que tienen alguna vinculación especial con aquéllas y éstas. El calendario general es obligatorio para todos los fieles del rito romano, mientras que los calendarios particulares lo son en el ámbito que les es propio.

La reforma litúrgica del Vaticano II se ocupó de la revisión del calendario general y dio normas para la confección de los calendarios particulares de acuerdo con el siguiente principio: "Para que las fiestas de los santos no prevalezcan sobre los misterios de la salvación, déjese la celebración de muchas de ellas a las iglesias particulares, naciones o familias religiosas, extendiendo a toda la iglesia aquellas que recuer­den a santos de importancia realmente universal" (Sacrosanctum Concilium 111).

El calendario litúrgico ha estado siempre formado por el conjunto de fiestas observadas por la iglesia, dispuestas en los días propios del año. Ahora bien, algunas fiestas no han tenido nunca día fijo. Son las llamadas fiestas movibles, que varían cada año juntamente con la solemnidad de la pascua, de la cual dependen. Las fiestas fijas se celebran todos los años en el mismo día del mes, salvo traslado accidental.

La solemnidad de la pascua de resurrección, cuya fecha ha estado siempre ligada a la pascua de los judíos -celebrada el 14 de nisán, mes que cae entre el 13 de marzo y el 11 de abril-, sufre una oscilación que va desde el 22 de marzo como fecha más temprana al 25 de abril como fecha más tardía, ambos días inclusive. Esta movilidad afecta no sólo a las fiestas que están relacionadas con pascua, sino también al número de semanas del tiempo ordinario entre el domingo del bautismo del Señor y el comienzo de la cuaresma, y después del domingo de pentecostés.

La fijación cada año de la fecha de la fiesta de pascua y de las restantes celebraciones del calendario dio lugar al llamado cómputo eclesiástico o conjunto de cálculos para determinar la correspondencia entre los ciclos lunar (del que depende la fecha de la pascua), solar y litúrgico, resolviendo también otros datos como la epacta, el número áureo, la indicción y las letras dominicales del martirologio. Las nociones principales del cómputo eclesiástico se recogían en los libros litúrgicos anteriores al Vaticano II. Actualmente el misal y la liturgia de las horas insertan al principio, junto con el calendario general y la tabla de la precedencia de los días litúrgicos, las tablas de las principales fiestas movibles del año litúrgico para un período de años.


El uso de un calendario estricta­mente eclesiástico se remonta a los primeros siglos cristianos. Probablemente su origen se encuentra en los dípticos o tablillas donde estaban escritos los nombres de los mártires y de los obispos de cada iglesia, con la indicación del día de su muerte (el dies natalis) o sepultura (la depositio). Los dípticos tuvieron uso litúrgico en las intercesiones de la plegaria eucarística (rito romano) y en las preces por los oferentes (rito hispánico). También dieron origen al martirologio, catálogo de santos dispuestos según el orden del calendario y en el que están inscritas además las fiestas celebradas en fecha fija.

El más antiguo calendario eclesiástico de la iglesia de Roma llegado hasta nosotros es el extracto copiado por Furio Dionisio Filocalo hacia el año 354. El documento se remonta, no obstante, al año 336, y contiene la Depositio Martyrum romana y la Depositio Episcoporum romana, catálogo de los mártires y papas venerados en Roma a mediados del siglo IV. En la cabecera de la lista de los mártires figura una indicación preciosa: VIII Kal. lan.: Natus Christus in Betleem Iudae, la primera noticia existente sobre la fiesta de navidad el 25 de diciembre. También figura el 29 de junio, el (dies natalis) Petri in Catacumbas el Pauli Ostiense.

Más rico aún que el calendario de Filocalo son el calendario de Polemio Silvio (siglo V) y el Kalendarium Carthaginiense (siglo VI), que contiene los natalicios y las deposiciones de los mártires y obispos africanos, junto con los nombres de santos romanos y de otras regiones. Todas las iglesias de la antigüedad, hasta bien entrada la edad media, contaban con sus catálogos de dies fastos y de aniversarios de santos, entre los que predominaban los mártires.

En España se conoce el Ordo sanctorum martyrum, de los siglos V­, VII, llamado también calendario de Carmona, esculpido en dos columnas, desgraciadamente con la mitad de la lista: desde navidad hasta san Juan Bautista (24 de junio). Contiene doce fiestas, además de la natividad del Señor, en las que son celebrados, además de san Esteban, san Juan Evangelista y san Juan Bautista, los mártires hispanos Fructuoso y compañeros de Tarragona, Vicente de Zaragoza, Félix de Sevilla y otros. Después hay que esperar hasta los siglos X-XI para encontrar los calendarios propiamente litúrgicos, correspondientes a los libros de la liturgia hispánica. Fueron publicados por primera vez por M. Ferotin en su edición del Liber Ordinum, y modernamente por J. Vives. El santoral de estos calendarios abarca un mínimo de cien celebraciones comunes a todos ellos. Después de la desaparición del rito hispánico, los calendarios romanos en España siguieron conservando algunos de los santos más venerados de la liturgia hispánica.

En la liturgia romana se puede seguir la evolución del calendario litúrgico a través de los sacramentarios y de los comes y capitularia de las lecturas. La característica frecuente de estos testimonios, que llegan hasta finales del siglo VIII, es la no separación, como ocurre en los libros litúrgicos actuales, de las celebraciones del propio del tiempo y las del santoral; las fiestas de los santos se intercalan entre el propio del tiempo, y siempre tienen lugar en el dies natalis. Cuando en un mismo día coinciden varios santos, cada uno tiene su misa, a no ser que tengan relación entre sí. En esta época de la liturgia no habían entrado aún en el calendario las celebraciones de santos marcados por la leyenda.

A partir del siglo IX y durante toda la baja edad media el calendario se multiplica por influjo de actas y pasionarios de mártires, apócrifos muchas veces. Al mismo tiempo se produce una sistematización de las categorías de los santos y se procura completar éstas: por ejemplo, todos los apóstoles debían tener su fiesta, se ampliaban las listas de papas santos -a muchos se les suponía mártires- y se formaban colecciones de santos sin apenas rigor histórico. Las reformas del Misal Romano, publicado en 1570, y del Breviario de 1568 supusieron una drástica simplificación del calendario litúrgico de acuerdo con los principios de la ciencia histórica y hagiográfica de aquel tiempo. Sin embargo, a pesar de que desde san Pío V los libros litúrgicos estaban bajo la autoridad suprema de la iglesia y solamente la Sagrada Congregación de Ritos (creada en 1578) podía autorizar la misa y el oficio propios de un santo, el hecho es que, en vísperas del Vaticano II, el santoral amenazaba con ahogar la celebración de los misterios del Señor, no habiendo bastado las reformas parciales de los años 1671 (Clemente X), 1714 (Clemente XI), 1914 (san Pío X) y 1960 (Juan XXIII).

En efecto, en los cuatro siglos que transcurren desde la promulgación de los libros litúrgicos reformados según las disposiciones del concilio de Trento hasta el Vaticano II, se habían introducido ciento cuarenta y cuatro santos en el misal y el breviario. Entre ellos estaban las grandes figuras de esta época, pero también numerosos santos cuyo culto era muy restringido; por ejemplo, los santos pertenecientes a las casas reales europeas. Por otra parte, la inmensa mayoría de los santos con misa y oficio eran religiosos, con enorme predominio de los italianos y franceses. El calendario litúrgico, en estas condiciones, ni era verdaderamente universal ni siquiera representativo de la santidad reconocida en la iglesia.

Adviento

martes, 2 de noviembre de 2010

“El origen del hombre”: documentales que “centran” los patinazos de Stephen Hawking

En ellos, 30 científicos distinguen entre la ciencia real y el cientifismo o la metafísica atea

“El Origen del Hombre” es una serie de nueve documentales de Goya Producciones que investigan el desarrollo del Universo desde el “Big Bang” hasta los primates, los homínidos, y el triunfo del “Homo Hapiens”. La serie se plantea las grandes preguntas: ¿cómo nació el Universo? ¿surgimos por azar?, ¿hubo una inteligencia que guió la evolución?

Entre los 30 científicos y expertos consultados en esta serie, los hay creyentes (judíos, católicos o protestantes) y los hay que no tienen afiliación religiosa.

Christian de Duve, premio Nobel de Medicina y experto en bioquímica, recuerda en el reportaje que la teoría de que el mundo era eterno ya la defendía el astrónomo Fred Hoyle, quien inventó el nombre despectivo “Big Bang” para referirse a la teoría que defendía el sacerdote y físico Georges Lemaître, a la que acusaba de ser “demasiado religiosa”. Cuando años después se pudo rastrear la “radiación de fondo”, el “eco” del Big Bang, quedó claro que la física del cura Lemaître era la correcta.

Michel Ghins, filósofo belga de la Universidad de Lovaina especializado en filosofía de la física, afirma en el documental que la teoría de “los universos múltiples” fue ideada directamente para escapar a la hipótesis de un Dios creador del mundo. Además de no tener ninguna base empírica ni física, Ghins considera que incluso si hubiese múltiples universos… ¿qué impediría a Dios ser el autor de todos ellos? Dios sería, incluso, “más” Creador todavía.

Para Evandro Agazzi, de impresionante currículum filosófico (Presidente de la Academia Internacional de Filosofía de la Ciencia, en Bruselas; Presidente Honorario de la Federación Internacional de Sociedades Filosóficas; Presidente Honorario del Instituto Internacional de Filosofía, en París) el azar no puede explicar la existencia del mundo. Afirma que los que creen explicarlo todo a partir de alguna ciencia positiva caen en una “actitud reduccionista que en realidad es anticientífica”. [Véase, por ejemplo, esta entrevista que se le realizó en español en la Universidad de Navarra ].

Thomas Glick, especialista en Historia de la Ciencia de la Universidad de Boston, critica que haya “fundamentalistas del materialismo” que se fabrican una especie de religión o metafísica, “pero nadie confunde esto con ciencia”.

Werner Arber, microbiólogo suizo y Premio Nobel de Medicina por sus trabajos sobre los enzimas de restricción (el “corta y pega” que hoy usan todos los genetistas) no ve incompatible los datos científicos con una lectura razonable de la Biblia. “Yo puedo leer en el Génesis, al comienzo del Antiguo Testamento, que el mundo fue creado en varios periodos, y para mí, esos varios periodos son precisamente evolución”, afirma.

Cees Dekker, premiado especialista holandés en biofísica molecular, recuerda que “el método de la ciencia por si mismo no es cristiano ni es ateo. Ciencia y religión no están en conflicto. Y la ciencia en sí misma encaja muy bien con la visión cristiana del mundo”.

Los documentales “El Origen del Hombre” denuncian que a la ciencia se le hace decir cosas que en realidad no dice, manipulándola al servicio de ciertas ideologías, entre ellas el darwinismo ideológico. En el capítulo dedicado a Darwin, por ejemplo, se recuerda que el naturalista inglés fue manipulado a favor del racismo, tanto por parte del marxismo como en la Alemania nazi y en Estados Unidos. La Iglesia católica, por su parte, no condenó a Darwin y dictaminó que la evolución podría haberse dado dentro de la creación, sin excluir que fuese querida y guiada por Dios. La serie señala los excesos del ateísmo ideológico por un lado, y por otro de los fundamentalistas que hacen una lectura literalista de cada frase de la Biblia.