Llega el mes de mayo. Es el mes de María. En este mes precioso se nos invita especialmente a vivir con María, en las distintas romerías que llenan de flores nuestras ermitas y, sobre todo, en la espera del Espíritu Santo, como hicieron los apóstoles en la preparación a Pentecostés: “Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hech 1,14). La comunidad cristiana tiene su referencia fundamental en aquella primera comunidad que vive unida con María a la espera del Espíritu Santo. Cuando llegue el Espíritu Santo, “nos lo enseñará todo y nos recordará todo” (Jn 14,26) de parte de Jesús.
La escena de Pentecostés es paralela a la de la Anunciación. En la Anunciación (Lc 1,26s), María por iniciativa de Dios concibe en su vientre virginal al Hijo eterno de Dios, y el Verbo se hizo carne comenzando a ser hombre. María ha tenido un papel fundamental en el nacimiento del cuerpo físico de Cristo, es su madre. Y en Pentecostés (Hech 2,1s), María alumbra a la Iglesia naciente por obra del Espíritu Santo, que hace de ella, la madre del cuerpo místico de Cristo. Dos estampas de un díptico, en las cuales el Espíritu Santo y María generan y dan a luz el cuerpo físico y el cuerpo místico de Cristo.
No se puede ser cristiano sin ser mariano, porque Cristo ha entrado en la historia humana por la mediación de María. El Espíritu Santo ha venido sobre la Iglesia y sobre el mundo con la intercesión de María. Y nuestra transformación en Cristo se produce siempre por obra del Espíritu Santo con la colaboración de María. La relación con María no es un artículo de lujo añadido en la vida cristiana, es una necesidad vital. No podemos vivir sin María.
Así lo entiende y lo vive el pueblo cristiano, a lo largo de todo el año, y particularmente en este mes de mayo. La vida cristiana puede explicarse desde muchas perspectivas. Pero cuando miramos a María, vemos en ella cumplido lo que Dios quiere realizar en nosotros. Una mirada intuitiva a María, hecha con fe y con amor, es capaz de estremecer hasta el corazón más duro del hombre. Son abundantes las romerías marianas por toda la geografía. Y en este clima del mes de mayo, tendrá lugar la coronación pontificia de la Virgen de Belén, patrona de Palma del Río, el próximo 8 de mayo.
Os invito, queridos hermanos, en este mes de mayo a vivir cada día esta relación con María, concretándola en alguna “flor” que podemos ofrecerla, como expresión generosa de nuestra devoción filial. ¿Qué podría ofrecerle yo hoy a mi madre del cielo? Con esta pregunta podemos concretar cada día cómo expresar nuestro amor a la Virgen. Y os invito especialmente a los jóvenes a engancharos al rezo del rosario.
El rosario es como una oración “en red”, que nos ayuda a pensar en Jesús desde el corazón de María. Pasando por cada uno de los misterios de la vida de Cristo, repitiendo una y mil veces el saludo del ángel, ella nos va enseñando a contemplar a Jesús. Y en la escuela de María se nos van quedando grabadas las palabras y las obras de Jesús, nuestro maestro y nuestro redentor. No hay escuela mejor.
Bienvenido el mes de mayo, el mes de María. Que con Ella nos llegue a todos la frescura de la vida del Resucitado.
Con mi afecto y bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
La escena de Pentecostés es paralela a la de la Anunciación. En la Anunciación (Lc 1,26s), María por iniciativa de Dios concibe en su vientre virginal al Hijo eterno de Dios, y el Verbo se hizo carne comenzando a ser hombre. María ha tenido un papel fundamental en el nacimiento del cuerpo físico de Cristo, es su madre. Y en Pentecostés (Hech 2,1s), María alumbra a la Iglesia naciente por obra del Espíritu Santo, que hace de ella, la madre del cuerpo místico de Cristo. Dos estampas de un díptico, en las cuales el Espíritu Santo y María generan y dan a luz el cuerpo físico y el cuerpo místico de Cristo.
No se puede ser cristiano sin ser mariano, porque Cristo ha entrado en la historia humana por la mediación de María. El Espíritu Santo ha venido sobre la Iglesia y sobre el mundo con la intercesión de María. Y nuestra transformación en Cristo se produce siempre por obra del Espíritu Santo con la colaboración de María. La relación con María no es un artículo de lujo añadido en la vida cristiana, es una necesidad vital. No podemos vivir sin María.
Así lo entiende y lo vive el pueblo cristiano, a lo largo de todo el año, y particularmente en este mes de mayo. La vida cristiana puede explicarse desde muchas perspectivas. Pero cuando miramos a María, vemos en ella cumplido lo que Dios quiere realizar en nosotros. Una mirada intuitiva a María, hecha con fe y con amor, es capaz de estremecer hasta el corazón más duro del hombre. Son abundantes las romerías marianas por toda la geografía. Y en este clima del mes de mayo, tendrá lugar la coronación pontificia de la Virgen de Belén, patrona de Palma del Río, el próximo 8 de mayo.
Os invito, queridos hermanos, en este mes de mayo a vivir cada día esta relación con María, concretándola en alguna “flor” que podemos ofrecerla, como expresión generosa de nuestra devoción filial. ¿Qué podría ofrecerle yo hoy a mi madre del cielo? Con esta pregunta podemos concretar cada día cómo expresar nuestro amor a la Virgen. Y os invito especialmente a los jóvenes a engancharos al rezo del rosario.
El rosario es como una oración “en red”, que nos ayuda a pensar en Jesús desde el corazón de María. Pasando por cada uno de los misterios de la vida de Cristo, repitiendo una y mil veces el saludo del ángel, ella nos va enseñando a contemplar a Jesús. Y en la escuela de María se nos van quedando grabadas las palabras y las obras de Jesús, nuestro maestro y nuestro redentor. No hay escuela mejor.
Bienvenido el mes de mayo, el mes de María. Que con Ella nos llegue a todos la frescura de la vida del Resucitado.
Con mi afecto y bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba
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