Sumándonos a la maravillosa explicación de nuestro compañero y amigo Luis García Gutiérrez, delegado de liturgia de la Diócesis de León y secretario de la AEPL sobre el origen de la fiesta de Todos los Santos en su blog actuosa-participatio, lanzamos otro punto de reflexión, esta vez, no tanto desde la liturgia como desde la cultura.
En estos últimos decenios hemos contemplado inertes y estupefactos el cambio de un paradigma[1] cultural en torno a la fiesta del 1 de noviembre, la del día de Todos los Santos. El término Halloween proviene del vocablo del inglés antiguo "All hallow's eve", que significa "Víspera de todos los santos", refiriéndose a la noche del 31 de octubre. Sin embargo, ciertas costumbres anglosajonas le han robado su sentido religioso estricto para celebrar, en su lugar, la noche del terror, de las brujas y de los fantasmas. Halloween marca un triste retorno al antiguo paganismo, tendencia que, bajo la hegemonía económica y cultural angloamericana, se ha propagado también entre las comunidades y naciones hispanas.
La fiesta cristiana de Todos los Santos ancla su identidad en el dogma de la Comunión de los santos (de las cosas santas) expresado en el Credo. Mediante el recuerdo de la acción de gracias en la Eucaristía, por la santidad de los mejores hijos de la Iglesia y mediante la celebración memorial del Sacrificio de Cristo, ofrecido en sufragio por el eterno descanso de los difuntos, los que formamos la Iglesia militante, peregrina, nos relacionamos con la asamblea celeste, triunfante, y también con la iglesia purgante. El día de Todos los Santos (y su prolongación en el día de Fieles difuntos) no era un día tétrico de culto a la muerte, sino más bien, un día en el que la realidad de la muerte humana se iluminaba con el Misterio Pascual de Cristo, celebrado en la liturgia de la Iglesia. La liturgia (lex orandi) en el día de Todos los santos es expresión de la fe (lex credendi), que al comunicar la gracia santificadora del Espíritu en la celebración se convierte para el fiel, no solo en don, sino también en tarea (lex agendi). Dicho de otro modo, Todos los Santos urgía al fiel, que en un futuro será fiel difunto, a vivir en la ley del amor, la caridad y la solidaridad, porque al final de la vida, vendrá el juicio, para el cual debemos estar preparados en esta vida presente por el ejercicio de la santidad (Bienaventuranzas).
Todo este universo se expresaba a través de un prototipo cultural[2]: El paradigma de “Don Juan Tenorio”, que alcanzó su máxima expresión en la obra de José Zorrilla. El mito de Don Juan Tenorio, procede de una leyenda sevillana recogida, por primera vez, en la obra de teatro de autoría discutida, atribuida tradicionalmente a Tirso de Molina titulada “El burlador de Sevilla y convidado de piedra” que se difundió ampliamente en la literatura occidental, inspirando a Molière, Lorenzo da Ponte (autor del libreto de Don Giovanni de Mozart), Azorín, Marañón, lord Byron, Pushkin, y a otros muchos autores. El relato proclama el reino de la justicia divina (“no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague”) pero también la misericordia y la posibilidad del arrepentimiento y el perdón antes de comparecer ante el tribunal de Dios (“¡Qué largo me lo fiáis!”). El Tenorio portaba, entonces, una exhortación moral para su público: La pasión humana, demasiado humana, del Tenorio podría llevarnos a la eterna muerte si en nuestras vidas no existiera la caridad y la misericordia divina. A niveles teológicos la obra podría ser una respuesta a las creencias sobre la predestinación salvífica, sostenidas por Juan Calvino, según las cuales la salvación y la entrada al reino de los cielos ya han sido determinadas por Dios desde el momento del nacimiento.
En torno al 1 de noviembre han aparecido en estos últimos decenios nuevas prácticas y costumbres, que han desplazado el universo simbólico cristiano, dando paso a otras significaciones, difusamente religiosas, en relación con el final de la vida del ser humano y con su destino en el “más allá”. Fantasmas, aparecidos y almas, y no Santos, son los que ahora nos hablan de nuestro fin, y por supuesto, estos fantasmas, paganos y sin bautizar, (no como Don Gonzalo, padre de doña Inés, alma cristiana del purgatorio), no representan la esperanza de la eterna paz (visión beatifica para el cristiano), ni aluden a la ideas de juicio divino, ni a la creencia cristiana en la resurrección de los cuerpos. En esta nueva concepción (nuevo paradigma) solo las brujas y brujos, videntes y médiums, fantasmas y monstruos son los que pueden ponerse en contacto con los pobladores de tan tétrico reino. Y estas ideas[3] también han encontrado su expresión cultural en otro prototipo: “El Jinete sin cabeza”, por supuesto, mucho menos guapo que Don Juan.
“El Jinete sin cabeza” es un personaje mítico, que encontrará su forma más evolucionada en la historia de Washington Irving “La leyenda de Sleepy Hollow” publicada en 1820. La Leyenda del Jinete sin cabeza aparece en folklore alemán, compilado por Hermanos Grimm, donde el macabro llanero busca a criminales no llevados ante la justicia a quienes el castigo de su crimen mandaría decapitar. Lo describen como “hombre sin cabeza en una capa gris larga que monta en un caballo también gris”. La leyenda se ha extendido en diferentes lugares y de diferentes formas así en el Estado de Tejas, el jinete sin cabeza es un criminal que fue decapitado, que vaga por las llanuras Tejanas a grupa de un caballo gris.
Este fantasma, como nuestro Don Juan, también ha tenido repercusión en el séptimo arte:
· El Sin Cabeza (1922) es una película muda inspirada en el relato, dirigida por Edward Vebturini.
· Walt Disney Pictures filmó en 1949 La Leyenda de Sleepy Hollow y El Señor Sapo.
· Tim Burton rodó en 1999 Sleepy Hollow, mostrando una nueva versión del relato.
· Recientemente, en octubre de 2007, el canal temático internacional, dedicado mayoritariamente a la emisión de series y películas ciencia ficción, que, también dedica espacios a los géneros de fantasía, horror y fenómenos paranormales, llamado Sci Fi, retrasmitió una película titulada El Jinete sin Cabeza dirigida por Anthony C. Ferrante, en la que se afirma que la historia de Washington Irving es una versión suavizada de lo que ocurrió en realidad.
· En cuanto a la difusión entre el público más joven destaco la versión que hace del jinete en el MMORPG (juego de Rol en línea) en el Mundo de Warcraft que lo relaciona como monstruo de Halloween.
Este fantasma holandés, afincado en Nueva York, que aparece para tomar la cabeza de los vivos está ocupando el lugar de nuestro Don Juan. Y frente a la exhortación moral del tenorio, el jinete sin cabeza no conlleva moral alguna tal como pregonó Nietzsche para la era poscristiana. La historia del jinete sin cabeza, es más bien una ocasión para narrar crímenes y carnicerías propias de la violencia animal de los seres humanos, y, sin llegar a ser tan tremendos, para hacer el gamberro manchando y rompiendo alguna lápida de un desvigiliado campo santo.
Parece que el paradigma cultural ha cambiado y una nueva visión del mundo quiere ordenar nuestro pensamiento y nuestros actos de antiguos cristianos. En esta nueva visión, los grupos de adoradores del demonio, proponen que la fiesta de Halloween sea para los fieles de Satán el centro y culmen del año, ocupando la significación de la Vigilia Pascual cristiana. Estas ideas puesto que se hacen mediante ritos y símbolos pueden tener más alcance del que creemos en muchos hermanos nuestros…
Esto que hemos expuesto, discutible por otro lado, es un motivo que nos urge para vivir y recuperar la fiesta cristiana en la línea que nos expone nuestro el liturgista Luís García Gutierrez.
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[1] Sobre el concepto paradigma de Thomas S Kuhn, The structure of Scientific Revolutions. Chicago 1970. Trad Española La estructura de las revoluciones científicas. Madrid (Fondo de cultura Económica)1987 aplicado a la liturgia G. Martínez Cult and Culture: The Structure of the Evolution of Worship: Worship 5 (1990) 406-433.
[2] Se podría añadir al axioma Lex Orandi, Lex Credendi, Lex Agendi, el complemento Lex Inculturandi, en cuanto la Liturgia, por su naturaleza es expresión de cultura, que no se puede reducir simplemente al dogma o la moral pero que también es expresión de ellos.
[3] Por otro lado, no tan nuevas pues, perduraban en los pueblos paganos convertidos al cristianismo que fueron refrescadas, a lo largo de la edad media, por la sucesivas olas migratorias de pueblos bárbaros, los cuales esta vez no provenían de más allá del Danuvio, como los evangelizados por Ufilas, sino de las penínsulas Escandinavas, a las que no había penetrado el anuncio del Evangelio.
Pedro Manuel Merino Quesada, Pbro.
martes, 1 de noviembre de 2011
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